«La suerte está enamorada del trabajo» – Mi madre

 

Hoy, 30 de junio de 2017 #DÍADELSOCIALMEDIA por cierto, es un día que he reproducido cientos de veces en mi mente. Por fin me gano la vida con un proyecto propio.

Llevo 3 meses ayudando a emprendedores knowmadas a dar visibilidad a su proyecto online gracias a técnicas de Social Media y Marketing Digital.

Esta web y este blog son la confirmación de que puedo ayudar a otros sin la necesidad de que una empresa me contrate.

Para mi, que el año pasado por estas fechas estaba diciendo «si, bwana» a mi jefa, esto es una revolución.

Me llamo Maggie, y quiero contarte una historia que quizás te resuene. Es la historia de una millennial de tantas. Ya sabes, los nacidos en época de bonanza. Los que nos creímos muy especiales hasta que nos atropelló la crisis. Sí sí, esos que al salir de la universidad se dieron cuenta que el título ese firmado por el (ex)Rey Juancar, ni siquiera iba a servirle para decorar la pared, (porque mira que es feo el titulito). Bueno, pues eso.

Te voy a contar cómo he pasado de dar tumbos con el discursito victimista por bandera a establecerme en una profesión que me apasiona, trabajando desde donde quiero y sin jefes.

Y no, no voy a caer en el «mírame, soy libre y feliz», porque no es tan fácil la cosa. A mi por lo menos me está costando un huevo.

 

erase una vez social maggie

Nací y me críe en Madrid con mi familia. Siempre fui una niña buena y estudiosa hasta que con 15 años empecé una época rebelde (y le di muchos disgustos a mi madre).

Con 18 años se me pasó la tontería y pasé la selectividad, después de lo cual y casi sin tener tiempo de decidir qué quería hacer con mi vida (¿idiomas? ¿psicología? ¿comunicación? ¿turismo?) elegí la carrera de Comunicación Audiovisual.

Me mudé a estudiar a la preciosa ciudad de Aranjuez, pero en segundo de carrera tuve una profunda crisis personal. Básicamente, no sabía si todo lo que estaba haciendo era algo elegido por mi o me estaba dejando llevar por la inercia general.

Decidí en ese momento parar en seco y no matricularme ese año en la Universidad. Me puse a trabajar en todo lo que salió (camarera, dependienta, profe particular de inglés…) con el único fin de ahorrar y tomarme un año sabático . En ese momento solo pensaba en viajar por el mundo, explorar otros países, explorarme a mi misma y decidir conscientemente qué quería hacer en mi vida.

¡Y me fui! Primero a pasar una temporada en Inglaterra y después a Estados Unidos a hacer la Ruta 66 (y por muy poco dinero además porque el $ estaba por los suelos) *cuñado fact

Aquí, a punto de precipitarme al vacío en el Cañón del Colorado.

 

Robándole el chisme rojo a un salvavidas en Malibú. Murieron 3 personas por esto (todo broma).

Cuando volví a España, decidí terminar la carrera, pero esta vez sentía que hacía la carrera porque la elección era 100% mía y plenamente consciente. Así que iba a clase con mucha ilusión y sacaba muy buenas notas. Además, allí vivía con mi mejor amiga, fue una época genial. Eramos felices y aunque la sombra de la «famosa crisis» se cernía sobre nosotras, no le hacíamos mucho caso. Total, todavía quedaban un par de años para salir de la Universidad, igual la cosa cambiaba (hehehe #NO)

Nosotras felices y ajenas al desastre socioeconómico.

Cuando ya quedaba muy poquito para licenciarme, salieron las becas de ese año y sin pensármelo apliqué para una beca en Holanda ¡y me la concedieron! Como solo me quedaban 4 asignaturas, me dejé 2 para llevármelas a Holanda y poderlas hacer allí, junto con otras optativas 🙂 ¡Qué gran decisión! Pasé allí uno de los mejores años de mi vida. Estudié arte, comunicación, psicología publicitaria, cine… aprendí muchísimo, disfruté estudiando, viajando y conociendo personas maravillosas que todavía siguen en mi vida.

Este señor vivía cerca de mi casa en Holanda. Se dedicaba a subir y bajar un puente manualmente para que pasaran los barcos por el canal.

Y una vez más, volví a casa… pero esta vez la carrera se había terminado, a pesar de que ya os habréis dado cuenta que la alargué todo lo que pude y más. Pero todo llega, y el fin de la etapa universitaria no es una excepción. ¿Y ahora qué? ¡Pues a saltar al vacío!

Por aquel entonces, la sombra de la crisis no era una sombra, era un enorme nubarrón que azotaba el país. De nuevo, tiré para adelante y empecé a trabajar en todo lo que salió (ayudante de producción, redactora, camarera otra vez…) pero la situación era deprimente: contratos basura, despidos improcedentes para tirar de becarios a los que no pagaban, etc. Y, una vez más, ahorré todo lo que pude trabajando aquí y allá y me fui a viajar para aclarar mis ideas, abrir mente y ojos y conocer otras realidades y otras formas de vivir.

Viajar casi siempre cura y da respuestas.

Comiendo una manzana envenenada en el Camino de Santiago.

 

Mi amiga Marjorie y yo rezando de mentira en Tailandia, esperando a que se haga la foto.

Y otra vez, ¡regresé! y nada había cambiado (menudo bucle, oye). Todos mis amigos estaban en paro, absolutamente todo el mundo tenía miedo y rabia, vivir en la queja ya era lo normal, la gente empezó a emigrar y la frase “con la que está cayendo” era el hit del momento.

Ahora, a toro pasado, alucino acordándome de aquella época. Estaba en paro y trabajando a intervalos, pero ocupaba el tiempo involucrándome en varias asociaciones en contra del maltrato animal e incluso nos dio tiempo a tres amigos a sacar un disco (esa historia la contaré otro día).

Pero un día no pude más con este este «sinsaber» y  mi insatisfacción general hacia todo y todos acabó en una ruptura de pareja.

Ese punto de quiebre me llevó a ponerme seria y empezar a trazar una hoja de ruta hacia una vida más atractiva.

Lo que hice básicamente fue maquinar 2 planes B (por si uno salía mal) para salir de esta situación tan poco motivadora y que me estaba empezando a hundir: uno era pedir una visa temporal para trabajar en Canadá como profesora de español, y el otro (el que finalmente elegí) es el que me ha traído hasta aquí.

Pues lo que ocurrió es que empecé a pasar una cantidad indecente de horas en Internet y sobre todo en las Redes Sociales. ¿Por qué? Básicamente porque buscaba respuestas a todas mis preguntas, y pensé que nuestro Señor todopoderoso Google podría ayudarme a descubrir qué hacer con mi vida. Y lo hizo.

Lo que descubrí fue tan sorprendente que literalmente me cambió la vida. No encontré respuestas mágicas, sino algo mejor.

¡Había cientos de personas de mi edad haciéndose esa misma pregunta y buscando la respuesta en Internet!

Este hecho ya era una respuesta en sí misma. Puede parecer una tontería, pero ahí empezó todo, porque comenzamos a aprender, muy poco a poco, a dejar de buscar respuestas fuera y mirarnos dentro.

Por pasar tanto tiempo en Internet, el Marketing Digital y el Social Media empezaron a parecerme extremadamente atractivos y comencé a devorar libros sobre Analítica Web, Community Management, SEO, SEM, Copywriting, etc. Mientras, seguía descubriendo blogs inspiradores y estrechando lazos (online) con otras personas con ganas de comerse el mundo.

Pasé olímpicamente de la opción de ir a Canadá que os contaba más arriba, y decidí que quería formarme en Marketing Digital y estrategias de comunicación online en Barcelona. Para lograrlo, me puse a trabajar como loca en un restaurante y a ahorrar todo lo que pude para irme a la ciudad condal y pagarme el Máster que tanta ilusión me hacía.

De Madrid a Barcelona.

En el tiempo que ahorraba con alegría para largarme a Barcelona, empecé a comentar programas en Twitter por pura diversión.  Un día, una famosa presentadora leyó mi tweet en directo y empezó a seguirme mucha gente. Me vine arriba y estuve cerca de dos años comentando sin parar en Twitter, a la vez que le daba caña a otras Redes Sociales. Seguía conociendo (virtualmente) personas interesantes que vibraban en mi misma frecuencia pero esta vez, además, publicaba el contenido que me daba la gana y a la gente le gustaba. Aquello me parecía realmente divertido.

Estaba emocionada. ¡Había descubierto el inmenso poder de Internet y de las Redes Sociales!

 

Ya había comprobado por mi misma la importancia de conectar con una audiencia online y, a la vez que trabajaba en el restaurante, seguía formándome por mi cuenta en Marketing Digital y Social Media.

Estaba decidido, me mudaría a Barcelona al terminar el verano de 2015 a recibir una buena formación sobre Social Media para sumergirme de lleno en este apasionante mundo.

Lo que no sabía es que en la ciudad condal me esperaba mi primer gran fracaso y una etapa bastante dura.

No me lo esperaba porque llevaba un plan perfectamente trazado y que no admitía la posibilidad de un «NO» (jaja, es ironía. Qué ingenua de la vida).

Llegó el día y me fui a Barcelona con un trabajo temporal como camarera en una conocida empresa de restauración catalana. Esto me permitiría sobrevivir durante los primeros meses. 

¿Os acordáis de que tenía un plan maestro?

Bueno, pues mi super estrategia militar sin fisuras consistía en proponerles a mis jefes del restaurante hacer unas prácticas con ellos diseñando e implementando una estrategia de marketing de contenidos y un plan Social Media para mejorar su reputación en Internet (que estaba un pelín dañada). La sola idea de implementar todo lo aprendido en mejorar una marca real me hacía una ilusión tremenda. De hecho, yo lo veía tan claro que no me imaginaba otra respuesta que no fuera «claro que sí guapi Maggie, ¡qué gran idea!»

Vamos, que el éxito de mi plan dependía de la opinión de otra persona y aún así, yo estaba cegada por el hype (ilusión, emoción, expectativa).

Bueno, pues efectivamente, la respuesta fue NO.

«Lo siento Maggie pero nosotros no hacemos esas tonterías tan modernas, no nos hacen falta. Adiós.»

Seguramente no fueron las palabras literales, pero fue lo que yo entendí.

Me puse muy triste, realmente quería ayudar. A día de hoy, de vez en cuando observo sus pasos por Internet y descubro asombrada que en pleno 2017 todavía no cuentan con perfiles sociales, ni con una web optimizada ni contestan los comentarios de Tripadvisor, entre otras cosas. Mientras, su competencia directa está haciendo las cosas más que bien en el universo digital.

En fin, después de este fracaso pasé página y seguí estudiando el Máster y buscando oportunidades. En ese momento empezó a picarme el gusanillo de abrir un blog, así que compré un dominio y me lié a escribir posts sobre lo que me daba la gana y que solo leían mi madre y mi amiga.

Sin embargo, la verdadera fiesta estaba en Facebook. Empecé a subir contenido de humor en una página de fans y sin gastar un solo euro en promoción, el asunto empezó a tener un movimiento brutal. Publiqué una recopilación de las frases más típicas de madre y la gente se partía. En menos de un mes la página tenía 1000 seguidores, más de 20.000 likes y cientos de comentarios.

Ya está, yo quería que eso se convirtiera en mi profesión, y para eso necesitaba que alguien confiara en mi y me contratara (todavía no sabía nada sobre emprendimiento ni me lo planteaba, mi mente aún era fiel al antiguo paradigma laboral y solo buscaba un trabajo por cuenta ajena).

Un buen día me enteré que una agencia de marketing del centro de Barcelona buscaba un becario, y me planté allí en persona. Hice las prácticas y me contrataron, al poco tiempo me contrataron y seguidamente me hicieron fija.

Más o menos los dos últimos años de mi vida los he pasado trabajando allí como Social Media Strategist para marcas de la industria del Healthcare.

Y, ¿sabéis qué?

Por poneros un ejemplo: en un año conseguimos que un medicamento para ir al baño (sí, en serio) tuviera 8000 seguidores, una comunidad online interesada en el contenido del blog y una campaña de obtención de leads que en 2 semanas consiguió que casi 1000 personas se descargaran un ebook de recetas saludables para ir al baño.

Así son los milagros del Content Marketing.

Definitivamente, todo era posible en el mundo del Social Media. 

Allí terminé de formar dos mega convicciones:

  1. El poder del Marketing digital y el Social Media es incluso más potente de lo que ya pensaba
  2. Me encanta mi trabajo

Sin embargo, ocurrió algo inesperado.

Cuando todo el mundo me daba la palmadita en la espalda por tener un trabajo fijo, de lo mío, por cuenta ajena… yo peor me sentía. Empecé a sufrir ansiedad porque me veía atrapada haciendo un trabajo (creativo y digital) encerrada en una oficina de 9 a 19, con un montón de normas, exigencias, reuniones improductivas y malos hábitos.

¿Eso era la vida?

¿No había otra opción?

Tardé muchos meses en darme cuenta que había otro camino y atreverme a agarrar de la mano a mi amado Social Media y huir, cual Thelma y Louise, hacia el maravilloso y durísimo mundo del emprendimiento.

Ya no hay marcha atrás.

 

 

Ahora ayudo a emprendedores a hacerse más visibles gracias al Social Media Marketing.

Pero antes de entrar en materia, me gustaría explicar en otro post qué es lo que descubrí trabajando en una agencia de Marketing Digital tradicional.

Con tradicional me refiero a que, aunque ofrezcan servicios digitales, la empresa en sí misma sigue funcionando a la antigua usanza

  • presencialidad
  • poca flexibilidad
  • jerarquías estrictas
  • horarios estrictos
  • atajar órdenes
  • reuniones improductivas
  • C.G.S (lo que yo llamo el Calentamiento Global de la silla)
  • etc.

 

Hazte un té, porque en el siguiente post voy a contarte, sin pelos en la lengua, el sentir de muchas personas que trabajan en agencias tradicionales.

Allá va:

Por qué las agencias tradicionales se van a ir a la mierda en el nuevo paradigma laboral [Mi historia parte II]

_____

Ahora te toca a ti.

Me encantaría saber tu historia, ¿por qué etapas has pasado?, ¿qué barreras has roto?, ¿qué te han dicho que no podías hacer y finalmente has hecho?, ¿cuál es tu vocación?, ¿eres un millennial con su particular historia? ¿me la cuentas?

Muero por leer vuestros comentarios. Y si no me dejáis ninguno, pues os querré igualmente solo entrar al blog a leer 🙂